Las cuatro de la mañana marcó el inicio de la jornada para Manuel Ferrer y para el resto de su familia. A la hora a la que muchos todavía se arremolinaban en torno a la hogueras de la noche más corta del año instaladas en Playa Jardín y Punta Brava, él y los suyos arrancaron el camino desde La Perdoma para cumplir con una tradición milenaria en la Isla. Como cada 24 de junio, los cabreros del valle de La Orotava pusieron rumbo hacia el centro de Puerto de la Cruz antes del amanecer para dar a las cabeza de ganado un "purificador baño" en las aguas del muelle.
El reloj no había marcado aún las ocho de la mañana cuando los primeros rebaños ya se arremolinaban sobre las callaos del puertito. El momento de la pugna entre los pastores y los animales había comenzado. Una tras otra, a veces con mayor esfuerzo y otras veces con menos, casi un millar de cabezas de ganado fueron se sumergieron en las aguas portuenses ante la atenta mirada de decenas de personas que se arremolinaban en las inmediaciones. "Esto es lo que siempre se ha hecho aquí. Lo recuerdo desde que era un chico", confesaba el propio Manuel mientras agarraba con sus curtidas manos los cuernos de una de sus cabras. "Quieran o no, todas van a terminar dentro", bromeó antes de dar los primeros pasos hacia una orilla cada vez más turbia.
El reloj no había marcado aún las ocho de la mañana cuando los primeros rebaños ya se arremolinaban sobre las callaos del puertito. El momento de la pugna entre los pastores y los animales había comenzado. Una tras otra, a veces con mayor esfuerzo y otras veces con menos, casi un millar de cabezas de ganado fueron se sumergieron en las aguas portuenses ante la atenta mirada de decenas de personas que se arremolinaban en las inmediaciones. "Esto es lo que siempre se ha hecho aquí. Lo recuerdo desde que era un chico", confesaba el propio Manuel mientras agarraba con sus curtidas manos los cuernos de una de sus cabras. "Quieran o no, todas van a terminar dentro", bromeó antes de dar los primeros pasos hacia una orilla cada vez más turbia.
Sin embargo, la escena del puertito no siempre ha sido así. Durante décadas la tradición fue perdiendo año a año participantes hasta que a finales del pasado siglo el folklórico Chucho Dorta, al que muchos apodaron Benhuya, dio un nuevo impulso a una ceremonia del baño que amenazaba con perderse. Desde entonces, el número de rebaños y de curiosos en torno al muellito no ha dejado de crecer. El relevo generacional también parece garantizado, teniendo en cuenta la juventud de muchos de los que pugnaban con los caprinos o se bañaban a lomos de sus caballos.
Con solo once años, Omar ya es todo un veterano en estas lides. El de ayer fue el tercer año consecutivo en el que participa en esta celebración junto al resto de su familia, explicó mientras ordeñaba en cuclillas una de las cabras para que su tío repartiera con posterioridad la leche entre los vecinos y curiosos. Su tozudez y empeño pudieron más que con su corta estatura y su aparente falta de músculo para arrastrar uno tras otro a un buen puñado de animales. Un esfuerzo recompensado por las miradas de orgullo de sus familiares y por los centenares de fotografías con la que los turistas y curiosos le inmortalizaron.
En una atmósfera impregnada de un fuerte olor, el balido de las cabras y el relinchar de los caballos enmudecieron al tráfico y los comentarios de las decenas de personas que se arremolinaba junto al muro. "It´s so bruto", comentaba Susan, una sonrosada británica de vacaciones en la Isla mientras dirigía su cámara hacia el rebaño. "Tipical Teneriffa", le respondía con una socarrona sonrisa uno de los lugareños, más acostumbrado a este tipo de lides.
Mientras tanto, otra turista, Conchita, se empeñaba en buscar paralelismos entre la ceremonia a la que asistía y el paso de los rebaños por "su" Madrid a través de la Cañada Real. "Me encanta el ímpetu con el que llevan a los animales hacia el agua", destacó. Ella, al igual que muchos otros, se había encontrado por sorpresa esta inusual estampa del Puerto de la Cruz.
Las caras atónitas de estos visitantes contrastaban con las calmados rostros de los cabreros más veteranos. Con más de setenta años a sus espaldas, Antonio Díaz bromeaba con el hecho de declarar de interés turístico esta tradición. "El próximo año el 24 de junio caerá en sábado y vendrá mucha más gente aún. Esto es algo que no se ve todos los días", subrayó mientras controlaba con la mirada que ninguna de sus cabras se extraviara en medio del casco urbano.
El ir y venir de más rebaños hasta el muellito continuó hasta bien entrada la mañana. Casi ninguno de los pastores del valle quisieron dejar pasar la oportunidad de reencontrarse con sus colegas de profesión y participar en un ritual que "limpia" a sus animales y "propicia la fecundidad", según Moisés, otro de los cabreros.
Una vez sumergidas todas sus cabezas de ganado, él y sus compañeros emprendieron el camino de vuelta a través de los barrancos y las sendas que unen Puerto con sus localidades de origen. Su marcha devolvió al muelle su estampa habitual aunque a sabiendas que el próximo 24 de junio los animales volverán a ser los dueños de uno de los enclaves más conocidos y fotografiados de todo el municipio norteño.
[Fuente: La Opinión]