Este reportaje reconstruye los hechos que desencadenaron el asesinato del estudiante grancanario Javier Fernández Quesada en la Universidad de La Laguna en base a las crónicas de la época, los testimonios de más de una veintena de testigos -entre ellos su hermano Carlos- y las actas de la comisión de investigación del Congreso de los Diputados. Es un viaje al 12 de diciembre de 1977, un día histórico en una Transición revuelta e intensa. El miércoles hará exactamente 30 años.
Hay noticias de dos barricadas en La Laguna". La crónica de La Tarde del lunes 12 de diciembre de 1977 se estaba escribiendo casi al compás en que se desencadenaban los acontecimientos. Ese día ponían en el cine Greco de Santa Cruz Aeropuerto 77 (sólo 9 meses después del choque de los jumbos en Los Rodeos, el peor de la historia), La Laguna tenía el típico cielo melancólico de sus diciembres, un periódico costaba 20 pesetas y la noticia estrella fue el día después del accidente con 14 muertos de un avión espía norteamericano en El Hierro. La crónica se torna premonitoria. "En Cruz de Piedra y la avenida de La Trinidad, estudiantes tuvieron enfrentamientos con las fuerzas del orden. La Laguna está paralizada por completo".
El Cabildo impulsa un préstamo para la construcción de un puerto industrial en Granadilla y las élites discuten la Preautonomía. Mientras, la sociedad canaria se enfrenta a una crisis aguda, devastada por los 40 años recién muertos de franquismo. Al ritmo de Braulio, Silvio Rodríguez (había actuado días antes en el Guimerá), Taburiente y Quilapayún, se cumplía el segundo mes de huelga en el sector del transporte público interurbano y se habían unido los trabajadores del tabaco, el frío industrial, la Refinería, estudiantes de la Universidad y organizaciones sindicales como la CCT y políticas rupturistas como la Liga Comunista, el Partido de los Trabajadores Canarios o el Partido Comunista Canario. El movimiento se autodenominó Asamblea de Sectores en Lucha. Progresismo obrero con tintes independentistas.
Hacía muy poco que Javier Fernández Quesada, 23 años, estudiante de Biología de la Universidad de Aguere, había terminado la mili. Se reincorporó a los estudios y se fue a vivir con su hermano Carlos a un piso de la calle Viana. Carlos tenía 19 años y acababa de comenzar Psicología. Venían de una familia numerosa, un tercer hermano (Ricardo) también estudiaba con ellos y eran hijos de comerciantes de Las Palmas. A Javier le gustaba escribir y disfrutaba mucho en la naturaleza. Era atlético. No estaba vinculado directamente a la militancia huelguista, pero su compromiso progresista, la juventud y el ambiente le impedían abstraerse del activismo.
"Estamos en Barrio Nuevo"
"Javier, estamos en Barrio Nuevo. Vete", le escribió Carlos en una nota que le dejó en la puerta del piso aquel mediodía y que todavía conserva la familia. Javier se había ido por la mañana al campus. Allí se llegó a encontrar con Carlos antes de que cada uno tomara su camino. Ambos andaban en medio de los grupos de estudiantes (en el momento de mayor afluencia, unos 300) que se habían ido congregando en la Universidad. Varios de ellos se hicieron fuertes a un costado del campus. La situación se repetía: los estudiantes lanzaban insultos y piedras contra los policías y estos respondían con disparos de balas de goma. Otros estudiantes habían subido a la azotea del edificio principal. Abajo vieron dos jeeps con guardias civiles y les arrojaron piedras. Pero el toma y daca fue cesando hasta que, sobre las 14.40, la Policía retrocedió y los manifestantes comenzaron a disolverse.
"De pronto un silbo de balas, acribillando todo. Tiros al aire que matan, en el acto quedó roto, nadie se lo esperaba", escribiría poco después el poeta Agustín Millares Sall. Y fue así. De repente, al menos seis guardias civiles armados con metralletas y pistolas irrumpieron por la entrada lateral disparando a todos lados. En medio de la confusión y de las carreras, la mayoría pensó que eran balas de fogueo. Los impactos contra la fachada y los cascotes lo desmintieron de inmediato.
Los más alejados huían a toda prisa y el resto corrió a las escalinatas para protegerse en el edificio principal. Javier estaba en el segundo grupo, al que persiguió la Guardia Civil. Recibió un único disparo cuando corría por las escaleras. La bala le atravesó el esternón. La inercia hizo que cayera desplomado en la parte superior de la escalinata, metros más arriba. Alguien apareció con un pañuelo blanco pidiendo a gritos un alto el fuego. La balacera continuó unos instantes, pero pronto calló. Varios estudiantes lo agarraron y lo metieron en el hall. Las tareas de reanimación fueron inútiles. Hubo, además, un herido grave, el también estudiante Fernando Jaezurría, con herida de bala en el hombro.
Carlos corrió al piso que compartía con Javier. Esperó cerca de una hora y como no llegaba volvió al campus. Había un gran revuelo. Ahí supo que Javier había caído, cuando su cadáver era preparado para ser trasladado del Hospital General y Clínico al cementerio lagunero de San Juan. La noticia corrió por las calles como una ola de indignación que alcanzó a todo el mundo, incluso a los que no simpatizaban con las movilizaciones. En Gran Canaria, sus padres se enteraron por los noticieros de televisión. "Tiros al aire que matan y un adiós que cala hondo. Javier Fernández Quesada", concluyó su poema Agustín Millares Sall. Lo tituló La balada de Javier. En la puerta del piso de la calle Viana seguía colgada la nota para él.
Caer así
Caer así Javier como has caído, es patrimonio del que gana, no del vencido. (...) Y en la escalinata de la Universidad, al llegar el 12 de diciembre, crecieron 23 rosas". Este poema es en realidad la letra de una canción compuesta por Caco Senante poco después del asesinato de Javier Fernández Quesada. Para su familia, aquellos días fueron una pesadilla surrealista. Carlos y Ricardo, los dos hermanos de Javier que estudiaban con él, se presentaron en la comisaría de La Laguna tras conocer la noticia. Se palpaba la tensión. Los llevaron en un jeep al cementerio de Aguere, donde ya había gente.
Apenas empezaron a destapar el cadáver ya supieron que era él. "Conservo con gran indignación lo que sucedió después: la presión policial, las burlas de los agentes, los inconvenientes...", recuerda Carlos. "Ya en el mismo aeropuerto de Los Rodeos, cuando fuimos a buscar a mis padres, se produjo una carga policial. Había decenas de manifestantes, pero apenas portaban unas cuantas pancartas. Mi madre gritaba que no le mataran a más hijos... La cosa se terminó calmando. Nos volvimos todos con el cuerpo de Javier a Las Palmas. Recuerdo aquel viaje horrible".
A las 12.05 horas del día siguiente, el féretro fue transportado en medio de fuertes de medidas de seguridad y de actos espontáneos de indignación a Los Rodeos. De allí partía poco después a Gando. Sólo escasas horas antes había aterrizado en Los Rodeos un Hércules C-130 con 250 refuerzos policiales desde la Península. La situación estaba próxima al estado de excepción. La actividad universitaria en La Laguna quedó suspendida, los incidentes se multiplicaban y los actos y comunicados de repulsa surgían de multitud de instituciones y organizaciones y llegaron a Las Palmas, Madrid y Barcelona.
La policía patrullaba las calles, el rector de la Universidad decretaba el cierre y dos policías resultaron heridos en un tiroteo en Galerías Preciados, atentado reivindicado por el MPAIAC. Los excesos policiales se ensañaron hasta con aquellos que lucían un crespón negro. "Tú no has estado muerto ningún momento. Todo un pueblo te lleva en su pensamiento", escribió Caco Senante en su canción Caer así Javier.
Hay noticias de dos barricadas en La Laguna". La crónica de La Tarde del lunes 12 de diciembre de 1977 se estaba escribiendo casi al compás en que se desencadenaban los acontecimientos. Ese día ponían en el cine Greco de Santa Cruz Aeropuerto 77 (sólo 9 meses después del choque de los jumbos en Los Rodeos, el peor de la historia), La Laguna tenía el típico cielo melancólico de sus diciembres, un periódico costaba 20 pesetas y la noticia estrella fue el día después del accidente con 14 muertos de un avión espía norteamericano en El Hierro. La crónica se torna premonitoria. "En Cruz de Piedra y la avenida de La Trinidad, estudiantes tuvieron enfrentamientos con las fuerzas del orden. La Laguna está paralizada por completo".
El Cabildo impulsa un préstamo para la construcción de un puerto industrial en Granadilla y las élites discuten la Preautonomía. Mientras, la sociedad canaria se enfrenta a una crisis aguda, devastada por los 40 años recién muertos de franquismo. Al ritmo de Braulio, Silvio Rodríguez (había actuado días antes en el Guimerá), Taburiente y Quilapayún, se cumplía el segundo mes de huelga en el sector del transporte público interurbano y se habían unido los trabajadores del tabaco, el frío industrial, la Refinería, estudiantes de la Universidad y organizaciones sindicales como la CCT y políticas rupturistas como la Liga Comunista, el Partido de los Trabajadores Canarios o el Partido Comunista Canario. El movimiento se autodenominó Asamblea de Sectores en Lucha. Progresismo obrero con tintes independentistas.
Hacía muy poco que Javier Fernández Quesada, 23 años, estudiante de Biología de la Universidad de Aguere, había terminado la mili. Se reincorporó a los estudios y se fue a vivir con su hermano Carlos a un piso de la calle Viana. Carlos tenía 19 años y acababa de comenzar Psicología. Venían de una familia numerosa, un tercer hermano (Ricardo) también estudiaba con ellos y eran hijos de comerciantes de Las Palmas. A Javier le gustaba escribir y disfrutaba mucho en la naturaleza. Era atlético. No estaba vinculado directamente a la militancia huelguista, pero su compromiso progresista, la juventud y el ambiente le impedían abstraerse del activismo.
"Estamos en Barrio Nuevo"
"Javier, estamos en Barrio Nuevo. Vete", le escribió Carlos en una nota que le dejó en la puerta del piso aquel mediodía y que todavía conserva la familia. Javier se había ido por la mañana al campus. Allí se llegó a encontrar con Carlos antes de que cada uno tomara su camino. Ambos andaban en medio de los grupos de estudiantes (en el momento de mayor afluencia, unos 300) que se habían ido congregando en la Universidad. Varios de ellos se hicieron fuertes a un costado del campus. La situación se repetía: los estudiantes lanzaban insultos y piedras contra los policías y estos respondían con disparos de balas de goma. Otros estudiantes habían subido a la azotea del edificio principal. Abajo vieron dos jeeps con guardias civiles y les arrojaron piedras. Pero el toma y daca fue cesando hasta que, sobre las 14.40, la Policía retrocedió y los manifestantes comenzaron a disolverse.
"De pronto un silbo de balas, acribillando todo. Tiros al aire que matan, en el acto quedó roto, nadie se lo esperaba", escribiría poco después el poeta Agustín Millares Sall. Y fue así. De repente, al menos seis guardias civiles armados con metralletas y pistolas irrumpieron por la entrada lateral disparando a todos lados. En medio de la confusión y de las carreras, la mayoría pensó que eran balas de fogueo. Los impactos contra la fachada y los cascotes lo desmintieron de inmediato.
Los más alejados huían a toda prisa y el resto corrió a las escalinatas para protegerse en el edificio principal. Javier estaba en el segundo grupo, al que persiguió la Guardia Civil. Recibió un único disparo cuando corría por las escaleras. La bala le atravesó el esternón. La inercia hizo que cayera desplomado en la parte superior de la escalinata, metros más arriba. Alguien apareció con un pañuelo blanco pidiendo a gritos un alto el fuego. La balacera continuó unos instantes, pero pronto calló. Varios estudiantes lo agarraron y lo metieron en el hall. Las tareas de reanimación fueron inútiles. Hubo, además, un herido grave, el también estudiante Fernando Jaezurría, con herida de bala en el hombro.
Carlos corrió al piso que compartía con Javier. Esperó cerca de una hora y como no llegaba volvió al campus. Había un gran revuelo. Ahí supo que Javier había caído, cuando su cadáver era preparado para ser trasladado del Hospital General y Clínico al cementerio lagunero de San Juan. La noticia corrió por las calles como una ola de indignación que alcanzó a todo el mundo, incluso a los que no simpatizaban con las movilizaciones. En Gran Canaria, sus padres se enteraron por los noticieros de televisión. "Tiros al aire que matan y un adiós que cala hondo. Javier Fernández Quesada", concluyó su poema Agustín Millares Sall. Lo tituló La balada de Javier. En la puerta del piso de la calle Viana seguía colgada la nota para él.
Caer así
Caer así Javier como has caído, es patrimonio del que gana, no del vencido. (...) Y en la escalinata de la Universidad, al llegar el 12 de diciembre, crecieron 23 rosas". Este poema es en realidad la letra de una canción compuesta por Caco Senante poco después del asesinato de Javier Fernández Quesada. Para su familia, aquellos días fueron una pesadilla surrealista. Carlos y Ricardo, los dos hermanos de Javier que estudiaban con él, se presentaron en la comisaría de La Laguna tras conocer la noticia. Se palpaba la tensión. Los llevaron en un jeep al cementerio de Aguere, donde ya había gente.
Apenas empezaron a destapar el cadáver ya supieron que era él. "Conservo con gran indignación lo que sucedió después: la presión policial, las burlas de los agentes, los inconvenientes...", recuerda Carlos. "Ya en el mismo aeropuerto de Los Rodeos, cuando fuimos a buscar a mis padres, se produjo una carga policial. Había decenas de manifestantes, pero apenas portaban unas cuantas pancartas. Mi madre gritaba que no le mataran a más hijos... La cosa se terminó calmando. Nos volvimos todos con el cuerpo de Javier a Las Palmas. Recuerdo aquel viaje horrible".
A las 12.05 horas del día siguiente, el féretro fue transportado en medio de fuertes de medidas de seguridad y de actos espontáneos de indignación a Los Rodeos. De allí partía poco después a Gando. Sólo escasas horas antes había aterrizado en Los Rodeos un Hércules C-130 con 250 refuerzos policiales desde la Península. La situación estaba próxima al estado de excepción. La actividad universitaria en La Laguna quedó suspendida, los incidentes se multiplicaban y los actos y comunicados de repulsa surgían de multitud de instituciones y organizaciones y llegaron a Las Palmas, Madrid y Barcelona.
La policía patrullaba las calles, el rector de la Universidad decretaba el cierre y dos policías resultaron heridos en un tiroteo en Galerías Preciados, atentado reivindicado por el MPAIAC. Los excesos policiales se ensañaron hasta con aquellos que lucían un crespón negro. "Tú no has estado muerto ningún momento. Todo un pueblo te lleva en su pensamiento", escribió Caco Senante en su canción Caer así Javier.
Fuente: La Opinión de Tenerife
En Lanzarote, hace 30 años.
ResponderEliminarComo lloré entonces, ahora las lágrimas me vuelven.
Eran tiempos de la ilegal bandera tricolor con las siete estrellas verdes. De temores, De vigilancia y persecuciones de chivatos...
No era joven, pero ahora soy viejo y no desfallezco en mi ilusión de que mis Islas Canaria conseguirán su libertad.
!Javier:Síempre estarás en el recuerdo de tu pueblo canario!